II

 

 

I

 

Del mismo modo que el ovillo está ahí (o la madeja, su pequeño mar fofo naranja o verde sobre la falda) y vos tirás de una punta, entonces la punta se entrega, la sentís ceder desenvuelta, oh pibe qué estupendo tirar y tirar, sobre un cachito de cartón vas envolviendo el hilo para hacer un buen ovillo sin nudos, nada de ovillado, algo continuo y terso como la avenida General Paz. Perfectamente sacás el hilo y te parece que después de todo el otro ovillo no estaba tan enredado, empezás a pensar que estás perdiendo el tiempo, siempre el hilo viniendo mansito a ponerse sobre sí mismo en el cartón, lo de más abajo tapado por lo de más arriba que en seguida es lo de más abajo (como en las buenas polentas: una capa de tuco, una de polenta, una de queso rallado; o el juego que hacíamos de chicos, primero yo ponía una mano, entonces abuelita ponía encima la de ella, y yo la otra y ella la otra; yo sacabala de abajo –despacito despacito porque ahí estaba la delicia– y la ponía arriba; ella sacaba la de abajo y la ponía encima, yo sacaba la de abajo –ahora más ligero– y la ponía encima, ya venía la de ella, la míaladellalamía qué manera de reírnos–)

porque viene otra capa de hilo a arrollarse por encima –que en seguida es lo de más abajo.

Todo va así perfectamente, y a vos te parece que estás perdiendo el tiempo porque el ovillo no estaba enredado, el hilo viene y viene sin tropiezo, parece increíble que de esa masa glutinosa nazca el hilillo claro que sube por el aire hasta tu mano. Y entonces oís (los dedos sienten sonar esta ruptura terrible) que algo se resiste, se pone de pronto tenso, el hilo zumba envuelto en su polvillo de talco y pelusa, un nudo cierra la salida, cierra el ritmo feliz, el ovillo estaba enredado

en

redado

ahí dentro entonces hay cosas que no son el hilo solamente, el ovillo no es un hilo arrollado sobre sí, dentro del mundo del ovillo entrevé ahora tu sorpresa cosas que no son hilo, ahora ya sabés que hilo más hilo no basta para dar ovillo. Un nudo, qué es un nudo, hilo mordiéndose, sí pero nudo, no solamente hilo dentro de hilo. Nudo otra cosa que hilo. Globo terrestre ovillo, ahora ves mares, continentes, una flora ahí dentro, y no te vale tirar porque resiste, tires de los paralelos, tires de los meridianos. Todo iba tan bien cuando no era más que un ovillo, definición de hilo arrollado en cantidades. Tirás furiosa, porque esta cosa nueva es rebelde y te resiste, ves salir un poco de hilo, apenas un poco y adentro como un anzuelo de hilo que lo retiene, una pesca al revés y cómo estás de rabiosa. Sin salida salvo Alejandro Magno, sistema tonto añejo inútil. Cómo desenredarlo, el ovillo en alto contra la luz, hilos paralelos, diez, ochenta, oh cuántos. –Pero aquí contra el tuyo anzuelo de sí mismo, dos o tres retorcidos, seminudos y un hilito parado ahí, tu ovillito interrumpido ahí. Así es como se aprende a mirar una madeja, olvidada de la definición, hilo sobre sí mismo muchas veces

macana

Más cosas hay en el cielo y en la tierra, Horacio – En los ovillos que no son nada, su propia materia girando y girando inmóvil, universo translúcido en la mano, copa de árbol de lana con cosas adentro que enganchan los hilos.

 

–Nada que hacer, meterle tijera y se acabó. –Laura agitaba todavía el ovillo blando contra la luz, eso parecía un gato deshuesado y colgando, un cadáver de plato playo que se afloja, se hunde como un paracaídas al revés. Lo sacudió todavía un rato, esperando apenas que pasara algo. Cada vez que lo muevo la entera estructura se modifica por completo, ríos y mares filamentosos cambian de tamaño y lugar, se abren lampos y se espesan relieves, pero los nudos siempre ahí como uñas rotas donde todo se agarra Moña tiraba suavemente del hilo, ganaba dos o tres vueltas para el otro ovillo, se paraba, otra vuelta y media-nudo. Ya estaban cansadas, sin ganas de seguir. Moña puso un ovillo en la falda, alisó su pelo con cuidado desgano.

–Es peor que cuidarle las estampillas a tío Roberto. Es peor que leer tus versos. Es peor que tener hijos, que escuchar Saint-Saëns, que una piedrita en las lentejas. Es mucho peor.

–Me da no sé qué cortarlo. Tanto trabajo inútil –dijo Laura agitando su ovillo–. Dame la tijera. Después probamos por la otra punta.

–Los mismos nudos esperan a la misma altura.

–Lo haremos en tres o cuatro veces. Dame la tijera.

Moña había puesto su ovillo sobre la máquina de cose antes de ir hasta la ventana. La pieza de costura  (el quilombito le llamaba tío Roberto) vibraba de luz p.m., un sol duro y a la cabeza embestía las cosas, el pelo negro azul de Laura, la piel de sus manos y los taburetes, Vogue, se rompía a gritos en la tijera moviéndose como un mamboretá cromado, alfileres –solcitos soberbios sobre la felpa roja–, el maniquí de Moña y tantos espejos. Por entre los espejos corría su jabalina caliente, Moña de perfil lo sintió pasar exhalante, cinco mil metros llanos

 

Insensiblement

vous vous êtes glissée dans ma vie,

Insensiblement

Vous vous êtes loge dans mon coeur...

 

–Basta, me hartás. Una cosa es Jean Sablon, otra una Dinar.

–Moña Dinar, diseuse. ¿No va lindo con este perfil?

–Va mal. Cantás con hipo, salvo que sea un nuevo estilo.

–Nunca te gustó mi talento. –Miró la calle, cinco pisos más abajo

un verdulero el 46 gente gente trajes claros un Buick

Vous vous êtes glissée dans ma vie... Anoche soñé con Sablon. Era gordo y negro como los cantores mejicanos y cantaba sentado al revés en una silla y por las escaleras de un gran casino bajaban tipos altos y rubios, todo daneses.

–Esta tijera no corta, Moña. Dame la otra, la negra. La que es como tu Sablon.

–La tenés ahí, debajo de ese género. De veras que es mi Sablon. Que cante la tijera, que cante. –Asomó la cara por la ventana, sentía la lengua amarilla lamiéndole despacio los párpados que se ponían temblorosamente rojos, chispas azules, algo friéndose en alguna parte cerca, las tres en el reloj del living. Un calor insoportable, quemadura en la frente. “No”, dijo la voz de Laura, lejana, “tampoco quiere cortar este hilo. Fijate que la tijera no corta”.

Hablale despacito, ya sabés que es Jean Sablon.

–Bueno, pero no corta. Me parece raro que las tijeras no corten.

–Tío Roberto va a venir en seguida –dijo Moña que renunciaba al sol–. Una de las dos tendría que proponerle jugar con las estampillas.

–Yo no –dijo Laura moviendo la tijera Sablon–. Vos sos la menor, vos todavía jugás.

Avisá si estás chalada. Siempre hemos sorteado todo, hasta las enfermedades. Tengo veintidós años y te juego al tío Roberto. Ahora está con las estampillas de Brasil, meu Brazil brazileiro

meu mulato insoleiro

Un asco de estampillas. Fazendas, Tiradentes, grito de Ipiranga.

Cortá dos papelitos –dijo Laura–. Con esta tijera no se puede. Cuidado con hacer trampas. No se puede jugar así nomás al tío Roberto, apurate que ahí viene.

Perdió Moña, era imposible cortar el hilo y separar los ovillos, los dibujos tan tiernos de los adornos incrustados en la madera. Mosaicos miniatura con reflejos ala de mariposa bajo el sol. La aguja brillaba como mercurio y subía el olor de aceite de máquina, sucio olor a fierro lubricado. Un hilo iba de un ovillo al otro, pasaba pegándose al pecho de Laura. Sin saber por qué metió ella la cara en el ovillo enredad, abrió los ojos en la penumbra incomprensible del ovillo; del otro lado estaba la tabla de la Singer, los pequeños mosaicos ala de mariposa. “Un hilo como todos y no puedo cortarlo. Como en los sueños, tijeras de goma, revólver blando, asco infinito”

–Son las tres.

–Sí, tío Roberto. ¿Cómo estás tío Roberto?

–Cansado. Fui al parque Lezama y caminé hasta Constitución.

–No debías andar tanto, tío Roberto.

–Constitución es donde empieza el ferrocarril del Sur.

–Siempre se aprende con vos, tío Roberto.

–Pequeña estúpida –dijo tío Roberto– venía a ayudarme con el álbum.

–Te tiramos la suerte, tío Roberto. Perdí yo. Es horrible, pero me darás de tu coñac.

–Coñac a las tres y en pleno verano. O tempora o mores. Coñac las tres.

–Tío Roberto, nada más que por beber algo.

Laura esperaba que se fueran. Fireworks, flux d’artifice, un ovillo tío Roberto un ovillo Moña, el hilo de aquí para allá sin cortarse, coñac estampillas, estampillas coñac. Meu mulato insoleiro, veu cantar di vosé – Hasta que se fueran del brazo, cuadro de hogar Horgarth Bogart, no, solamente cuadro alegórico bien tío y sobrina cariñosa del brazo salen rumbo a placenteras diversiones hogareñas stop.

 

`So you’re goin! To leave the old home, Jim,

To-day you’re goin’ away,

You’re goin’ among the city folks to dwell...!

So spoke a dear old mother

To her boy, in summer’s day

 

Ethel Waters, Ethel Waters, o voz negra de tantas noches”, pensó Laura oliendo con dulzura el ovillo. “Cada vez que alguien se toma del brazo y echa a andar es la marea, la vuelta de esa sensiblería dolorosa, las canciones tontas para llorar, el cuarteto de Borodin, la muerte de Platero. Tú nos ves, Platero Platero, ¿verdad que tú nos ves? Cuánta sal esperando turno bajo la piel, lágrimas lágrimas tears, idle tears and so on”. Dio otro tijeretazo al hilo y lo vio resbalar entre las hojas de Sablon, entero. Ahora estaba sola en el cuarto de costura. Olió de nuevo el ovillo pero sin ganas, dejándose vencer por la modorra. Doña Bica para todos, mamá para Moña más blanda y chiquilla. Vendría con su batón de después de la siesta, se llevaría los ovillos para acabar la tarea. Le gustaba acabar las cosas que empezaban sus hijas. So spoke a dear old mother... “Pero es que necesito irme de acá”, se dijo Laura rechazando el ovillo. “Aquí nada se deja tomar, nada se deja cortar. ¿De qué te sirvió el verano, oh ruiseñor en la nieve? Me voy, me voy. Buenos Aires es grande, un hermoso grande ovillo donde hundir la cara y oler. Me duele esta casa, pobre Moña tan querida tan zonza, tío Roberto piyama arrugado. Yes, you’re goin’ among the city folks to dwell. Pero cómo, pero cuándo. Como el hilo entro en esta madeja, ya en la puerta me confundo, giro sobre mí misma, oh laberinto, qué mareo...”. Riéndose fue hasta la ventana y miró en redondo la habitación. El maniquí en el medio era una fuente de jardín, semipodrida y mohosa, cayéndose en trozos de yeso sucio. Veía el grabado de Doré, la tapa de Vogue bajo una gelatina de sol, una sombra de pájaro corrió por las almohadas, las tres y media.

–Me duele un poco la cabeza –le anunció doña Bica–. Tuve un sueño tan raro. Vos eras chiquita y tu hermanito que en paz descanse

(“Lo odio, lo odio. Que en paz no descanse, que se muera otra vez todas las noches del tiempo”)

venía con un ramo de flores y te las daba. Vos ibas a olerlo, y salía una avispa y vos te asustabas. Fijate qué raro.

–Soñaste una fábula, mamá. Con varias moralejas: deja que los muertos, etcétera; no hay rosas sin avispas, y...

–Era de colores, fijate –dijo doña Bica tiernamente. Después, sin que Laura le dijese nada, cortó el hilo con un seco tarascón de la tijera.

 

 

 

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