II
Me fui a bañar mientras
esperábamos a Renato, y pensé en los Vigil con una
fría atención. Era capaz de aislarlos como seres próximos a mí, hacer de ellos
imágenes recortadas como las vacas del toldo. Pensé en Renato, que estaría
llegando y se molestaría al encontrarme en su baño. Renato decía que los Vigil eran disolventes, que sumían a cualquiera en una
atmósfera de dispersión; por eso los buscaba, y creo que también yo prefería su
áspero cariño al de seres menos contaminados por la pureza. Marta, sobre todo,
me asimilaba en seguida a su inocencia perversa llena de relámpagos horribles,
a su clima donde la muerte era excluida hora a hora con exorcismos y acciones,
pero no por eso menos presente en un rostro claro que la voluntad y el abandono
modelaban alternativos. Renato no hallaría mejor modelo para sus cuadros, ni
Jorge mejor escriba para sus poemas. Yo solamente estaba con ella, sin usarla, y
comprendía que en el fondo era ella quien se alimentaba de mi salud más del
lado del mundo, de mi persistente fe en una vida de ojos abiertos.
Jorge Nuri
era distinto, en él la poesía cultivaba tierras inmensas en medio de un
desorden que la técnica alentaba cada vez más. Aunque muchas veces no lo
pareciera, era más fuerte que Marta, se retenía al lado de la salud con una
naturalidad de la que él mismo no parecía darse
cuenta. ¿Pero cómo hablar de ellos? Yo pensaba sin palabras, yo era también
ellos y entonces me bastaba sentirme para penetrar profundamente en su manera
de ser. Sólo después, al regreso de esa sumersión
instantánea, med[í]a la distancia; pero era una razón
más para seguir con los Vigil, astuto discípulo
atento.
Renato entró en el baño cuando yo acababa de
secarme. Se metió en la ducha con un bufido de alegría, mirándome a través de
los caireles que le chorreaban por el pelo y el pecho.
–No hay vez que no te
encuentre usando mi ducha. Los Vigil dicen que lo hacés a propósito, para fastidiarme.
–Los Vigil
son un par de perros. No te olvides de Heráclito, del
oscuro Heráclito. Yo no uso tu ducha, mis treinta y
cinco metros de hilos de agua tibia van ya camino del río.
–Ahorcate
con ellos, Insecto. ¿Te quedás a comer? Marta está
haciendo huevos fritos y hay carne fría no del todo podrida.
–Yo traje una lata de pulpos
preparados a la manera de calamares. Son magníficos, los comés
y al rato empezás a tener unos mareos impagables.
–Sos
igual que ellos a la medida hora de llegar aquí. Gracias por los pulpos,
haremos una ensalada. Uf, me pasé la tarde buscando
unos colores. No hay nada en Buenos Aires.
–¿Pintás esta noche?
–Siempre pinto de noche, y
quiero acabar la pesadilla.
–¿Lo vas a llamar así? –pregunté sorprendido, porque el
cuadro de Renato venía despertándome la exacta sensación de una pesadilla
lejana, imposible de ubicar en el tiempo pero extraordinariamente clara y
persistente.
–No, es un decir. Le pondré
un nombre con bastante literatura. Los Vigil
cooperan.
–No hagás
tonterías. Si hay algo que un cuadro no aguanta bien es el título. Fijate que termina siendo una especie de marco mental para
la gente, mucho más durable y peligroso que el de madera.
–Día a día se perfeccionan
tus imágenes –jadeó Renato con la cara rellena de jabón espeso–. El título no
es importante pero un cuadro surrealista necesita del título como explicación
del trampolín que lo puso en marcha. Lo malo es que del trampolín no tengo sino
una idea muy vaga, una mezcla de recuerdos, un despertar a medianoche con un
miedo atroz, una especie de presentimiento del futuro.
–Supongo que con los
anteriores te habrá ocurrido lo mismo.
–No, fijate
que no. Por eso Marta se queja de que en este cuadro me ha ocurrido algo raro.
–¿Y se queja de eso? Hace un rato me dijo que le
gustaba.
–Más bien parece inquietarse
pero ella misma no encuentra explicación. No sé si sabés
que Marta es una buena médium. Jorge la entrenó hace un par de años, después se
desanimaron un poco.
–Jorge no sabe nada de
espiritismo.
–Él no, pero Narciso sí. En
aquella época andaban mucho con Narciso –dijo Renato, y de pronto se quedó
enjabonado quieto a un lado de la ducha. Parecía pensar en algo, lo vi con un ojo mientras acababa de ponerme la camisa, le temps d’un oeil un/entre deux chemises–. Ahí tenés, en este momento me doy cuenta de que Narciso
tiene algo que ver con el cuadro.
–¿Algo que ver?
–No sé, es raro... –Se
hundió en la ducha, cortándola con la cara en alto y dejándose chicotear
ruidosamente. Sacó los labios fuera de la cortina plateada y me miró
veladamente–. Sí, ella era una buena médium. Una noche hizo salir a Facundo
Quiroga, y otra a una tal Eufemia que dijo horrores del cielo. Ahora me parece
que podrías ir a preparar los famosos pulpos. Decile
a Jorge que venga, quiero verlo.
¿Quién era Narciso? Los
huevos crepitaban tanto al freírse que no oímos el timbre, fue preciso que la
hermana de Renato golpeara en la puerta para que fuésemos a abrirle.
–El día que no me olvide la
llave iré a ver a ver un psicoanalista –me dijo muerta de risa. Traía naranjas, chocolate, El Hogar
y un disco de Lena Horne. Marta había abandonado los
huevos para curiosear los paquetes, y cuando volvimos a la cocina un humo acre
salía del sartén. Pero Marta tiró todo a la basura y empezó de nuevo.
–Rallémosle chocolate encima
–propuso–. ¿No creés que va
a quedar bien, Insecto?
–¡Cómo no! Ponele encima una
cucharadita de saliva y mucha canela.
Susana quería bañarse, pero
la gritería entre Renato y Jorge era tal que renunció a echarlos del baño y
vino a tender la mesa envuelta en su kimono violeta. Susana estaba poniéndose
bonita como todos los veranos, el invierno se la llevaba con él y nos la
devolvía la primavera hecha una calamidad, desvaída y tonta. Me fui a ayudarla
a poner la mesa en el living de entrada, que se convertía a veces en comedor, y
aproveché para preguntarle si sabía quién era Narciso.
–Sí, claro que sé. Un mago.
–Dígame algo más. Renato
sabe mucho, pero no ha querido decirme.
–Es un mago que se hizo
amigo de Jorge y Marta. Más bien de Jorge, se conocieron en el grupo V4, ¿se
acuerda?
–Me acuerdo de un recital de
poemas –dije–. Los V4 eran unos bestias, Jorge
incluido. ¿Qué hacía ahí Narciso?
–Les completaba los
recitales con sesiones de espiritismo. ¿Usted nunca fue, Insecto?
–Fui una vez, y no vi a Narciso. Es raro que los Vigil
no me hablaran nunca de él.
–Creo que no les gusta
hablar de Narciso –dijo Susana tirando el mantel al modo de Manolete–.
Lo llevaron a su casa, y en esos días don Leonardo vivía y no estaba todavía
muy convencido de que sus nenes eran un par de locos. De manera que Narciso fue
y les hizo ver a Sara Bernhardt. Don Leonardo asistió
a la sesión y se llevó un julepe tal que no quiso que la cosa siguiera.
Entonces... Déme esos cubiertos, usted no ayuda nada.
–Hábleme de Narciso, Sú.
–Me gusta más hablar de don
Leonardo. ¿Usted sabía que cuando se enteró de que la barra les decía “los Vigil” estuvo loco de rabia una
semana? Fue entonces que se negó a recibir a Renato.
–Complejo de cornudismo latente –dije–. Los que no están seguros de su
paternidad tienen especial interés en cuidar el apellido de los niños. ¿Y
Narciso?
–Narciso no volvió, pero los
Vigil iban a su casa. Fue entonces que él descubrió
las condiciones de médium de Marta.
–¿Y ella hizo salir a Facundo Quiroga?
–Y a Eufemia –dijo
solemnemente Sú.
Las comidas con los Lozano y
los Vigil eran entonces una delicia. Nada estaba a
punto, todos tenían dos cucharas y ningún tenedor, la sal llenaba siempre la
azucarera. Yo mezclé un pulpito con mis huevos fritos, le puso un enorme chorro
de ketchup, y me lo comí encantado; era un buen
plato. Marta y Jorge discutieron incansablemente sobre un “pingo”
de pan, luego sobre el derecho a un huevo sobrante, y midieron con un lápiz la
banana que les había tocado.
Renato comía en silencio, con apetito y Susana
imitaba bastante bien a una dueña de casa.
–Esta mansión no es lo que
era antes –me dijo–. Hasta hace tres meses había orden, ustedes no venían y
Renato pintaba cosas tolerables.
–Hace tres meses el mundo
era imperfecto –dijo Jorge–. Renato no había empezado su cuadro, y yo no había
producido mi poema de esta tarde. Encuentro que el cuadro y el poema ponen por
fin alguna hermosura en este mundo desagradable. Vos sacá
la mano de ese pedazo de pan.
–Tu orgullo poético tiene
algo de repugnante filantrópico –dijo Renato, rompiendo un silencio que
duraba–. Apenas vomitás un par de imágenes
interesantes, te sentís cómplice de Dios, lo ayudás a
hacer el mundo.
–Estamos condenados a ser
sus cómplices.
–Yo no. Mi pintura se basta
a sí misma, se ordena en un pequeño mundo cerrado. No necesita del mundo para
ser, y viceversa.
–¡Y hablás de mi
orgullo!
–Diferencia entre el orgullo
del perro sambernardo y el orgullo del tigre.
–Cuidado que araña –dijo Marta–.
Prefiero a Jorgito, puedo beberme su barril de coñac. ¿Dónde lo llevás, perro abnegado? Es cierto que la pintura de Renato
peca de solitaria.
–Como él –dijo Susana–. Me
asombra que los aguante tanto tiempo, con excepción del Insecto que es inocuo.
¿Llevás adelante tu programa de embrutecimiento
voluntario, il faut s’abrutir
y todo eso? Supongo que estos te ayudan, especialmente Jorge.
–Hacen lo que pueden –dijo
Renato sonriéndoles–. Bueno, cuenten alguna cosa, están demasiado dialécticos
esta noche. Pulpo y teoría del arte, buen asco.
–Yo vi
dieciséis vaquitas por un agujero del toldo –dijo Marta–. Puedo describírtelas
como tema pictórico. Empezando por la izquierda había una blanca con manchas
negras; al lado otra negra con manchas blancas, y otra negra y blanca; luego un
grupo de tres, todas tobianas; después siete a distancias regulares, de ébano y
nieve, y finalmente, esperá que saque la cuenta,
finalmente tres de nieve y ébano.
–Supongo que el pasto era
verde y el cielo azul.
–Exacto. Lo mismo que en tu
cuadro del molino roto.
–Jamás he pintado un molino
roto –dijo Renato sorprendido.
–Vos creés
eso porque tenés el olvido caritativo. ¿Te acordás de una mañana en el V4? Pintaste un molino roto en
una tablita porque yo te pedí que pintaras un molino roto. El pasto era verde y
el cielo azul. Pintaste un molino en una tablita.
–Es estupenda para hacer
versitos idiotas –dijo Jorge–. Cuando se pone a hablar como una nenita hace
maravillas. Molinito tablita cielito vaquita. Pero lo del cuadro es cierto, yo
lo vi en casa, don Leonardo Nuri
estaba estupefacto mirándolo, ésta se lo olvidó sobre la mesa y don Leonardo lo
tenía en la mano y lo miraba, después sacudía la cabeza y lo miraba. Me divertí
como un loco espiándolo desde la escalera. En mi casa –agregó con
orgullo–tenemos una notable escalera de cedro.
Los Vigil
ayudaron a Susana a destender la mesa mientras Renato
y yo nos íbamos al Vive como Puedas y elegíamos un par de reposeras
cómodas. Me gustaba el gran taller de Renato, el juego de luces que permitía
combinaciones de iluminación, los caballetes fragantes y el ventanal abierto al
perfume de un eucalipto cercano. En el Vive como Puedas se armaban las batallas
polémicas y se hacían los cuadros de Renato; pensé súbitamente que también era
el sitio probable de las sesiones espiritistas, y me incomodó sentirme excluido
de ellas, de todo el ciclo Narciso.
El cuadro en que trabajaba
Renato había sido cubierto con una salida de baño roja, y él se estiró en una reposera y se puso a fumar sin mirarlo. A eso de las once,
bien dopado de cigarrillo y charla, reanudaría la tarea. Pintaba mejor de
noche, armándose unas luces que hacían fosforecer el cuadro. Como decía Jorge,
era capaz de usar anteojos ahumados para combatir una playa demasiado calcinada
por la medianoche.
–Don Leonardo Nuri –dijo Renato como desde detrás de sus párpados–. Es
increíble cómo odian éstos a su padre.
–Su querido y difunto padre.
–Les debe haber hecho mucho
mal, eso se ve. Dejarlos que se criaran salvajes y rodeados de gentes como vos
y yo, y al mismo tiempo pretender tenerlos en un puño. Menos mal que se murió a
tiempo... ¿A vos te escandaliza si te digo que no me gusta oírlos hablar así de
don Leonardo? Sobre todo Marta, que es menos... Bah,
quién sabe. –Se dejaba envolver por el humo y yo le veía la cara debajo de una
máscara ondulante–. Cuando duerme y cuando no sabe que la miran, es su
verdadera persona.
–¿Cuando duerme?
–No seas idiota, Insecto.
Muchas noches los Vigil se han quedado hasta el amanecer,
y yo los dejaba dormir en el sofá. No es menos que dormir en una cama, me
parece. Café, Susana, traénos
mucho café.
–¿Narciso ha venido a tu casa? –pregunté para salir de
esa réplica que me humillaba un poco.
–Sí, venía cuando vos
andabas por Chile. Después no sé qué le pasó, creo que una noche que yo estaba
en curda le dije un par de cosas sobre su mala influencia en los Vigil, sobre todo en Marta. No vino más pero oficialmente
no estamos peleados. Creo que tendría que invitarlo alguna noche.
–Tal vez te ayude a ver
mejor el cuadro –dije a propósito, pero Renato no pareció asociar mi frase con
una segunda intención.
–Narciso es muy inteligente
–dijo.
–¿Por qué todo el mundo le llama mago? Es la primera vez
que oigo insultar así a un espiritista.
–Es mago y espiritista. Te
hace horóscopos, te mira las manos, te echa las cartas y las hojas de té. Ve en
el futuro.
–Dijiste hoy que el
trampolín de tu cuadro era una especie de premonición del futuro. Aquí es donde
puede entrar Narciso, máxime si Marta está inquieta.
Renato tiró el cigarrillo
por el ventanal y se estuvo un rato callado.
–Es raro que Marta esté tan
inquieta delante del cuadro –dijo–. Claro, Narciso podría ver algo más. Lástima
que el tipo me dé tanto asco. Es el ser más baboso que he encontrado. Tendrías
que verlo, Insecto.
–Tendré que verlo. Lo de
Eufemia me llena de esperanzas, quiero preguntarle por mi tía Elvira, que tal
vez en paz no descansa.
–Los Vigil
se pasan la noche preguntándole por don Leonardo Nuri
–sonrió Renato, otra vez tranquilo–. Qué par de locos. ¡Eh, café...!
–¡Espera un poco! –le gritó Jorge desde la cocina. Me
imaginé que trataba de colar el café con el pañuelo de Renato, y que Susana y
Marta tenían las puntas mientras él volcaba el agua hirviendo. Se los oía reír e insultarse en voz baja.
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